Análisis – Dying Light: The Beast

José D. Villalobos · 3 octubre, 2025
La furia desatada de Kyle Crane.

Lo que en un inicio fue concebido como un simple añadido para Dying Light 2 terminó convirtiéndose en una entrega independiente con identidad propia.

Dying Light The Beast rescata a Kyle Crane, el héroe del primer juego, y lo coloca en el centro de una trama que combina horror, acción y redención.

Techland recupera aquí las bases que cimentaron la saga: parkour vertiginoso, combate físico crudo y hordas de infectados que acechan cada rincón. No obstante, el gran giro está en el nuevo escenario, Castor Woods, un parque natural ficticio que sustituye las urbes derruidas por entornos naturales plagados de muerte y misterio.

Bienvenido a Castor Woods.

Alejarse del cemento y del acero de las ciudades para sumergirse en la espesura de un bosque devastado es una apuesta refrescante, con senderos, campamentos abandonados, cuevas y torres de vigilancia construyen un mapa variado y lleno de verticalidad.

La exploración se siente distinta: ahora no solo se trata de huir por azoteas, sino de aprovechar el entorno natural para ganar ventaja, caídas en ríos, emboscadas nocturnas entre árboles y secretos escondidos bajo la tierra convierten la experiencia en una mezcla de supervivencia urbana y salvaje.

Por otro lado, el eje central de la historia es claro: el Barón, un científico obsesionado con la manipulación genética, convierte a Crane en un experimento viviente, quien tras años de tortura, despierta en un mundo aún más hostil, impulsado por la voz de una entidad que lo guía hacia su liberación.

Parkour, combate y la furia desatada.

El corazón del juego sigue siendo el parkour, pero ahora se reinventa en un espacio mucho más orgánico, moverse por bosques y colinas aporta sensaciones frescas frente a la monotonía urbana. Escalar árboles, usar torres de caza como puntos de observación y lanzarse al agua para huir de hordas son solo algunos ejemplos de la variedad que introduce el nuevo mapa.

El combate mantiene las características propias de la saga, donde cada golpe se siente pesado, cada arma transmite sensaciones distintas y la brutalidad visual se multiplica con un sistema de desmembramiento más detallado que nunca.

Una de las grandes novedades es el modo Bestia, un poder devastador que transforma a Crane en una fuerza sobrehumana.

Saltos imposibles, ataques cuerpo a cuerpo descomunales y la capacidad de arrasar con grupos enteros de infectados convierten esta mecánica en el pilar que diferencia esta entrega. La clave está en su equilibrio, no es un recurso infinito, y su gestión estratégica le da un peso importante a la jugabilidad.

El juego también expande elementos de progresión, como un inventario más claro, armas personalizables con mejoras de durabilidad y efectos especiales, y un sistema de habilidades que potencia tanto el parkour como el combate. La interfaz del sistema de inventario ha sido rediseñada para reducir tiempos de gestión: acceder a armas, consumibles o materiales de crafteo es más ágil gracias a menús radiales mejor organizados y a una categorización más clara de cada recurso.

El árbol de habilidades conserva la base de los títulos anteriores, pero introduce capas adicionales de especialización que amplían la libertad del jugador. Cada rama avanza de manera independiente según las acciones realizadas, por ejemplo, correr, saltar y trepar potencian la rama de parkour, mientras que eliminar enemigos con distintas armas desarrolla la rama de combate.

A nivel técnico, el sistema evita la linealidad al permitir sinergias entre ramas. Es decir, una habilidad de parkour que mejora la movilidad aérea puede combinarse con ataques potentes desbloqueados en combate, facilitando ejecuciones más espectaculares y eficientes. Esto genera un estilo de juego flexible, donde el jugador no se siente obligado a seguir una única ruta de progresión.

Un apocalipsis visual entre sombras y naturaleza.

El motor gráfico luce espectacular en consolas de nueva generación, donde los entornos naturales, con sus juegos de luces entre la vegetación y cielos que cambian de tono en función de la hora, aportan un nivel de detalle superior al de entregas pasadas.

El ciclo día/noche no solo es visualmente impactante, sino que afecta de manera directa a la jugabilidad. De día, exploración y recursos; de noche, auténtica pesadilla.

En términos de rendimiento, The Beast mantiene un framerate estable incluso en momentos de caos absoluto, con hordas de decenas de enemigos en pantalla.

Además, las texturas, la iluminación y los efectos de partículas refuerzan la inmersión, aunque aún hay pequeños bugs de colisión que Techland probablemente solucionará en parches futuros.

Sonido e inmersión: rugidos, silencio y tensión.

El diseño sonoro es uno de los puntos más potentes de la entrega. Los gruñidos de los infectados se mezclan con el eco del bosque, generando una atmósfera opresiva. Los silencios repentinos durante la noche transmiten más miedo que cualquier enfrentamiento directo.

La música acompaña con acierto, alternando entre melodías atmosféricas y composiciones de percusión intensa en los combates.

Las armas, además, tienen un diseño sonoro cuidado: desde el chasquido metálico de un machete al romper hueso hasta el impacto sordo de un bate en el cráneo de un infectado. El doblaje, en inglés, mantiene un nivel notable y refuerza el carácter torturado de Crane.

Brutalidad recompensada y sensación de poder.

Adicionalmente, para su llegada a PS5, Dying Light The Beast ha tenido que ajustar algunos de sus excesos más viscerales, escenas de desmembramiento extremo han sido suavizadas en determinados países, y ciertas secuencias narrativas fueron editadas para cumplir con normativas de clasificación.

Aun así, la esencia del juego no se pierde, sigue siendo uno de los survival más explícitos y sangrientos del mercado. Por ello, cada misión completada, cada arma mejorada y cada enfrentamiento superado deja una sensación de logro tangible. No se trata solo de acumular botín, sino de sentir la evolución de Crane, de víctima de experimentos a depredador imparable.

Conclusión.

Dying Light The Beast no pretende reinventar el género, pero sí redefine lo que significa ser Kyle Crane. Con un nuevo escenario salvaje, mecánicas de combate más viscerales y una narrativa que se apoya en detalles y en personajes secundarios, Techland ofrece un producto robusto, sangriento y adictivo.

Con más de 30 horas de contenido, un cooperativo sólido y un apartado técnico cuidado, la experiencia se convierte en un imprescindible para los fans de la acción y del survival. Es un renacimiento brutal que honra las raíces del primer Dying Light mientras marca el inicio de una etapa aún más oscura y visceral para la saga..

Por: Christian M. González (ForasteroMG).

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