El género de los juegos de sigilo ha cambiado mucho en los últimos años. A día de hoy, en términos generales y salvo que sea una condición en sí misma de una misión concreta, ser descubierto no supone un gran problema. Una rápida reacción con un par de balas en el pecho del enemigo, un cuchillo a la garganta y un «no me mires con esa cara que yo también me he asustado» y todo solucionado. No existe en general un temor real por ser descubierto, salvo en muy determinados casos. Styx: Master of Shadows fue uno de estos casos y ahora su secuela repite la misma fórmula con un evidente mayor presupuesto. ¿Vale la pena comprar Styx: Shards of Darkness? Dejad que os ayude a tomar esa decisión.
La historia sigue teniendo lugar antes de Of Orcs and Men. Después de los eventos en la Torre de Akenash, los goblins (perdón, trasgos) se han convertido en una auténtica plaga. De hecho hay incluso un pelotón especial de soldados que se han tomado la molestia de escoger su nombre de forma que con las siglas, se llame MATANZA. Maravilloso. Styx sigue siendo el único trasgo que demuestra un nivel superior de inteligencia y se dedica a robar la paga de los soldados, lo que le permite hacerse con algo de ámbar para calmar su adicción. Lo raro viene cuando la capitana de MATANZA nos pide robar un extraño cetro que sirve como invitación a un evento en el que estarán presentes todas las razas.
Mejorando lo presente
Un asalto frustrado, un elfo transmutador (que no transformista), un trasgo muy avaricioso y un montón de gente a la que apuñalar se interponen entre nosotros y el final de esta aventura. No es el mejor argumento del mundo porque tampoco es que sea especialmente original, pero es el personaje de Styx lo que le da mucho, mucho valor.
Una pega que le veo, aunque no es precisamente lo que más me interesaba de este juego, es que se aseguró que Styx tendría más opciones de defenderse ante los enemigos si era descubierto. Esto no es cierto, al final la situación es la misma: si hay un enemigo, tu única posibilidad es bloquear el ataque para poder hacer una ejecución. Si hay más de un enemigo, estás acabado.
No obstante, lo más llamativo de esta secuela es el modo multijugador. Reconozco que no he podido usarlo demasiado, pero me ha permitido disfrutar de unos cuantos momentos bastante divertidos viendo cómo un enemigo se iba a la trampa que habíamos tendido mi compañero y yo, uno silbando para atraerlo hacia mi posición con el otro jugador rajándolo con toda la calma del mundo por la espalda.
Bien, pero hay que seguir mejorando
El gran problema que me encuentro es la relación precio/duración. Son nueve fases, cada una dividida en dos secciones y cada una de ellas te debería durar en torno a una media hora. La rejugabilidad se basa en conseguir las medallas de sigilo, rapidez, no letal y coleccionables. En el mejor de los casos, unas 20 horas aproximadamente. No considero que esta sea la duración de un juego con un precio de lanzamiento de 50 euros.
Ahora bien, Styx es un personaje del que quiero ver más juegos. En esta segunda entrega vuelve a burlarse del género, por supuesto en especial de Assassin’s Creed, pero también tiene para repartir algún navajazo a Dishonored y Thief. La lengua de Styx es tan afilada como su daga y no pierde la ocasión de soltar un chiste ingenioso al vuelo, en el momento adecuado. Mención muy especial a las secuencias que se ven cuando te matan y Styx habla directamente al jugador. Desde preguntarte que si tienes el botón de salto en el culo a pedirte que bajes el nivel de dificultad, un porcentaje de los beneficios por los vídeos que subas o una referencia al final de Terminator 2 en el que el dedo que levanta la mano antes de hundirse no es precisamente el pulgar.
