Análisis Dying Light

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Porque el parkour es el arma definitiva contra los zombis
Por Manuel Gimeno 4 febrero, 2015

A veces las cosas no salen como a uno le gustaría. Años de trabajo llevando a cabo un proyecto llamado a ser como uno de los más importante en la primera etapa de las consolas de nueva generación, para que surjan las dificultades en la etapa final, cuando el juego tiene que llegar a las tiendas. Eso es lo que deben de pensar en Techland después de los problemas que han tenido con la salida del juego a la venta. Los problemas en la distribución han forzado a que el juego salga en formato físico a finales del mes de febrero, mientras que PlayStation Network estropeó algo su lanzamiento en digital hace escasos días al no liberar la descarga del título el día indicado.

Pero esto no debería desanimar al estudio polaco, ni tan siquiera a los usuarios que han visto en Dying Light una forma diferente de disfrutar de manera interactiva del todavía de moda universo zombi. Y es que podríamos hablar que la última propuesta de Techland rebosa diversión por los cuatro costados, algo que no viene siendo tan obvio en esta industria y que además puede complicarse cuando se satura un género con demasiadas obras en un corto periodo de tiempo. Podríamos decir justamente que esta desarrolladora inició la oleada de juegos de este estilo con su famoso Dead Island (¿quién no recuerda aún aquel impactante tráiler cinematográfico?), con lo que perfectamente podríamos afirmar que Dying Light viene a ser la culminación exitosa de un recorrido que ha ido en constante ascenso.

Justamente por el innegable recorrido que ha llevado a cabo Techland durante estos años, en Dying Light encontraremos muchos elementos que nos recuerden a aquella franquicia, como no podría ser de otra manera. Sin embargo, la cantidad de contenido nuevo es suficiente como para sentir el juego en nuestras manos como algo totalmente distinto, principalmente en el desarrollo, pues el comportamiento que debemos tener a la hora de enfrentarnos a esta amenaza es bastante diferente a lo visto hasta ahora.

Aunque ya el cambio lo podemos experimentar en el argumento que plantea Dying Light y la forma de abordar un apocalipsis zombi. Esta vez nos pondremos en la piel de Crane, un agente secreto al servicio de de la organización SAI que tiene más de un objetivo a realizar en la infectada y ficticia ciudad de Harran, que se situaría en Oriente Medio. Decimos que el planteamiento es diferente porque en esta ocasión nuestro protagonista se mete de lleno en el caos a partir de un encargo, teniendo planes ocultos que llevar a cabo mientras poco a poco va integrándose dentro de la caótica sociedad superviviente que todavía perdura en la arrasada ciudad.

Este aspecto nos hará ver el conflicto desde una perspectiva mucho más amplia, pues en un principio sentiremos que no formamos parte de todo el cúmulo de problemas que tienen entre sí los supervivientes aunque, por supuesto, no podremos escapar de una amenaza que todo el mundo comparte: la de los zombis. Sin embargo, poco a poco la cosa irá cambiando, sobre todo por el hecho de que Crane acabará siendo -como viene siendo habitual en este tipo de juegos- el chico de los recados de unos y otros. Algo que puede ser un inconveniente a la hora de disfrutar de una historia que nos llevará alrededor de 20 horas completar, pero también puede suponer un peso excesivamente grande como para entrar en el juego con demasiado agobio ante el tipo de tareas que cumplir.

A todo esto se le suma que la historia creada (dejando de lado los elementos que la componen, que sí pueden ser interesantes) no es nada del otro mundo, aunque es de justicia reconocer que los personajes mostrados gozan de cierto interés, pese a que algunos de ellos nos recuerden papeles asumidos por otros en algún que otro juego (como Far Cry 3). Esto se consigue además gracias al excelentísimo trabajo en el doblaje al español del título, un elemento que consigue aumentar la inmersión de forma sustancial.

Aunque la representación de todo esto en el aspecto interactivo, es decir, las misiones principales y secundarias, no acaba de ofrecer la variedad suficiente que cabría esperar de un juego que tiene ambiciones tan grandes. Como hemos dicho anteriormente, Crane hace labores de recadero por todo el mapa, provocando que en muchas ocasiones nos lleguemos a cansar de repetir una y otra vez los mismos patrones que, básicamente, nos harán ir de un extremo a otro alargando tareas por el simple hecho de que tardaremos algo en recorrer la ciudad.

Pero entrando en la materia interactiva, aquí es donde encontraremos las novedades a las que anteriormente hacíamos referencia. Si hay un elemento novedoso que diferencia a Dying Light de Dead Island es la capacidad de movimiento de nuestro protagonista y la necesidad de su uso para sobrevivir. No descubriremos nada si decimos que Dying Light, a grandes rasgos, bien podría ser la fusión de elementos de Dead Island con Mirror’s Edge, pero es que es así. Techland añade al repertorio de armas una importancia capital en la capacidad atlética del personaje para poder hacer frente de esta forma a las oleadas de zombis que llenan cada rincón de Harran.

Y además, plantea todo esto con un sistema de progresión muy equilibrado, al estilo de juegos como The Elder Scrolls V: Skyrim, en el que cada vez que hagamos uso de una habilidad, ésta conseguirá sumar puntos de experiencia para poder aumentar de nivel y desbloquear mecánicas para cada uno de los tres árboles disponibles (supervivencia, agilidad y potencia). De esta manera, ir dando saltos por la ciudad, escalar edificios, luchar contra zombis o completar misiones darán puntos, recompensando y potenciando al mismo tiempo aquellos aspectos del título que más estemos empleando.

No sólo será necesario llevar a cabo todo esto, sino que la disposición de todos los elementos de Harran y la cantidad de zombis por metro cuadrado que hay en las calles, empujarán al jugador a que la progresión se produzca de forma ordinaria. Y justo de esta forma iremos viendo cómo poco a poco nuestro personaje pasa a ser de un limitado superviviente, a todo un atleta experto en parkour para el que ningún obstáculo es demasiado complicado a la hora de huir de una delicada situación.

Porque Harran nos pondrá las cosas difíciles. Dying Light no es un juego fácil ni mucho menos, y si lo jugamos en solitario la cosa se complica aún más. La gran cantidad de zombis que pueblan la ciudad hace indispensable que nuestro desplazamiento sea lo más vertical posible para huir de la amenaza, pues correr por las calles nos puede traer una enorme cantidad de problemas dados, además, los diferentes tipos de criaturas y de supervivientes hostiles con los que nos podremos encontrar. Es por ello que estaremos más tiempo saltando de tejado en tejado que en el suelo, pues intentar acabar con todo zombi que se mueva no es una opción demasiado recomendable.

[break=Página 2]Y es que, al igual que sucediera en Dead Island, Dying Light nos ofrece una gran cantidad de opciones ofensivas con las que contrarrestar a los muertos viviente, desde tablones de madera, tuberías, pasando por bates de béisbol y katanas, hasta armas de fuego. Pero también, como ocurriera en la anterior franquicia de Techland, todas estas herramientas tienden a desgastarse y finalmente a romperse, con lo que casi que deberemos relegar el uso de las mejores armas a las situaciones más peligrosas, sin abusar demasiado de ellas por el simple hecho de querer hacer un festival de sangre.

Pero las armas no serán meras herramientas que recogeremos del suelo, sino que cuentan con una gran cantidad de opciones de personalización para hacer de ellas algo mucho más mortífero y eficaz, necesitando recolectar materiales para llegar a dicha transformación. Este es sin duda un punto importante porque, gracias a la buena implementación del sistema, realizar estas modificaciones no es algo que se pueda hacer siempre, pues la escasez y variedad de los objetos requeridos harán que nos debamos detener hasta en la última papelera del más sucio callejón para ver si encontramos la cuerda que nos falta para completar nuestra poderosa arma.

Aunque el tablero de juego que hemos dispuesto no estaría completo si no habláramos de la noche, esa peligrosa enemiga en Dying Light. Y es que, cuando el sol se esconde y la oscuridad cae sobre nosotros, un nuevo tipo de muertos vivientes hacen acto de presencia para amenazar nuestras vidas, como si el ejército de zombis no fuera suficiente para hacernos temer por nuestras vidas. Estas criaturas combinarán una velocidad endiablada con un poder de ataque mortal; tan mortal que si caemos en sus garras será muy difícil sobrevivir, sobre todo si estamos en los primeros compases de la partida.

Y si todo esto no fuera suficiente, Dying Light nos plantea la noche más oscura vista hasta ahora en un videojuego. En muchos títulos el paso del día a la noche no impide ver con más o menos claridad lo que hay delante nuestras, pero en la propuesta de Techland esto no es así. No seremos capaces de ver a pocos metros de distancia, y si empleamos la linterna para guiarnos lo más probable es que más de una de estas criaturas antes mencionadas se abalance hacia nosotros y nos quite la vida.

Por ello es importante controlar el tiempo y el lugar, pues si en medio de una misión vemos que la noche cae sobre nosotros, lo más sensato y recomendable es acudir a una de las zonas seguras esparcidas por la ciudad para estar a buen recaudo hasta que el sol empiece a arrojar sus rayos de luz. Nunca antes un ciclo de día y noche había tenido tanta importancia, y este es un hecho que da un toque de variedad muy elevado al desarrollo de Dying Light.

Con todo, el parkour, el sistema de armas, la ciudad, la cantidad de zombis, el peligroso anochecer… Mezclados y bien dispuestos como ha hecho Techland, dan como resultado un cóctel dinámico y divertido a más no poder, a pesar incluso de la reiteración de las misiones que comentábamos más arriba. El estudio polaco ha cogido una fórmula conocida y le ha dado un par de vueltas necesarias para desmarcarse de lo antes visto y lo que puede estar por venir (como Dead Island 2), y desde la redacción consideramos que el acierto ha sido rotundo.

Como no podía ser de otra manera, Dying Light también ofrece la posibilidad de poder vivir la aventura en cooperativo con hasta cuatro personas, realizando incluso las misiones relativas a la historia principal. Desde nuestra experiencia en el juego consideramos que es la forma adecuada de abordarlo, pues es cuando la diversión propuesta alcanza la máxima expresión, haciendo también posible que el enfrentamiento contra los zombis y los otros supervivientes sea algo más llevadero que si lo hacemos en solitario. Además, cuando realizamos una sesión de juego de este estilo, aparecerán ante nosotros retos diferentes consistentes en, por ejemplo, matar una determinada cantidad de zombis, encontrar más botines o llegar más rápidamente a un punto determinado del mapa, consiguiendo de esta forma inyectar algo de variedad al asunto y hacer que los cuatro usuarios luchen entre ellos por conseguir puntos de experiencia adicionales.

Encontramos también un divertido modo que rompe con todo lo contado, “Sé el zombi”. En este modo de juego seremos capaces de ponernos a los mandos de una de aquellas criaturas nocturnas antes descritas que tendrán como objetivo dar caza a los humanos que luchan por conseguir recursos en plena oscuridad. Además, tendremos la posibilidad de entrar en las partidas de otros jugadores (si éstos activan dicha opción) pudiendo enfrentarnos contra otros usuarios haciendo de sus sesiones de juego un auténtico caos.

Que Dying Light no iba a verse de la misma forma que se presentó a puerta cerrada en el E3 del año 2013 era algo que ya sabíamos. En aquel entonces el juego salió de la feria como uno de los máximos exponentes gráficos (seguramente, el mayor junto a The Witcher 3: Wild Hunt), pero en consolas de nueva generación ese nivel no iba a poder alcanzarse. Sin embargo, hemos quedado satisfechos ante lo visto, pues el juego muestra un buen sistema de iluminación, unas texturas conseguidas (cuando no tienen problemas en su carga) y unos efectos de metereológicos que llegan a impactar a primera vista.

Pero sobre todo las físicas son dignas de elogio. Ver a un zombi explotar, ser arrastrado por la potencia de una bombona de gas atada a la espalda o blandir una maza enorme sorprende, aunque también es motivo de alabanza la forma en la que los golpeos que realizamos inciden directamente en la carne de los monstruos, pudiendo cercenar sus partes del juego de formas variadas y convincentes. Únicamente encontramos problemas en su faceta a la hora de esgrimir las armas de fuego, pues su sistema de disparos no acaba de ser del todo satisfactorio.

Tal vez, el mayor de los problema que dispone el juego sea algún que otro fallo puntual a nivel de frecuencia de imágenes por segundo, pues los tirones, a pesar de no ser demasiado sangrantes, están presenten en muchos momentos. De la misma forma ocurre con el juego online, pues en algún que otro momento podemos detectar fallos al crearse las partidas o en el momento de aceptar uno de los desafíos aleatorios que aparecen de vez en cuando. También las animaciones de los compañeros en este modo dejan algo que desear, pues ver cómo practican el parkour el resto de corredores no es demasiado bonito, pero en este aspecto no afecta a la jugabilidad de forma directa. Nada grave e irreversible en ninguno de estos puntos, pero que esperamos pueda resolverse lo antes posible.

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Jugabilidad: 8.5
Gráficos: 8.5
Sonido: 8
Satisfacción: 8

Análisis

Dying Light aparece como un soplo de aire fresco dentro de un género tan trillado dentro de los videojuegos como lo es el del universo zombi. La mezcla de parkour y muertos vivientes han dado como resultado un cóctel divertido que sólo queda ensombrecido por pequeños problemas técnicos no demasiado graves.