El otro día no se con quien del foro comentaba que yo escribía cuentos (los mas colegas mío, han leído algunos). Y le dije: "Luego posteo uno para que veas".
Pero me puse a rebuscar entre mis cuentos y no encontraba ninguno que no se pudiese postear aquí (mucho sexo, drogas y rock n' roll jejejeje)... Fuera coñas, suelo reflejar personajes deleznables en situaciones no aptas para ciertos públicos.
El caso es que en el foro de cuentos y relatos en el que participo he posteado este hoy y dije: "pues lo posteo en el foro que no tiene nada raro".
Y eso, que aquí se los dejo.
Pero me puse a rebuscar entre mis cuentos y no encontraba ninguno que no se pudiese postear aquí (mucho sexo, drogas y rock n' roll jejejeje)... Fuera coñas, suelo reflejar personajes deleznables en situaciones no aptas para ciertos públicos.
El caso es que en el foro de cuentos y relatos en el que participo he posteado este hoy y dije: "pues lo posteo en el foro que no tiene nada raro".
Y eso, que aquí se los dejo.
ROBERTA GLAMOUR*
Por Ichi.
Unos últimos retoques y ya estaba lista. Ya no era Roberto G (la “G” era de García) como aseguraba la plaquita prendida a la camisa de la que se despojó hacía ya un buen rato.
Ahora era Roberta G (pronunciado “Gi”) y esa “G” era ahora de Glamour.
Fue precisamente así como la presentaron, como Roberta Glamour. Al escuchar los cálidos aplausos su rostro se iluminó, se acomodó el relleno del sujetador y salió taconeando con sus enormes plataformas al encuentro de sus amados parroquianos.
A pocos metros del escenario tropezó con un colosal saco de plumas y lentejuelas.
La voluminosa Agatha acababa de terminar su espectáculo. Con metro noventa y mas de cien kilos pocos habrían sospechado que se ganaba la vida imitando a la Pantoja.
Al ver a Roberta, Agatha, a quien cariñosamente y en referencia a su enorme talla todos llamaban “maricasauria”, le dio un fuerte abrazo de oso que le sacó nuevamente de su sitio las tetas postizas.
-¡Rómpete una pata, zorra! -le deseó con una sonora carcajada.
Roberta se acomodó el pecho y salió a realizar su monólogo:
-Estoy aquí, damas y caballeros, porque el salón de espectáculos “La Gata Loca” recibió dos mil quinientos correos electrónicos pidiendo que se me invitase...
El público incrédulo le lanzó una mirada de desconfianza. Roberta se rió interiormente y continuó:
-Y los dueños decidieron que una locaza que se pone a escribir dos mil quinientos e-mails merece que la inviten...
Todos estallaron estrepitosamente ante la ocurrencia y Roberta supo que ya los tenía.
Continuó hablándoles de su vida mientras se movía con soltura entre las mesas. Les contó que su familia era tan pobre que el último que había probado la carne había sido su padre en el ochenta y dos... Un día que se mordió la lengua.
El público le celebraba cada burrada y un joven rubio, obligado por sus compañeros de mesa, le dio un manotazo en el trasero al que ella respondió con un beso en los labios. El chico, de unos veinte años, se puso rojo de tal manera que Roberta temió por su salud.
Aquel joven se puso de pie y corrió sin parar hasta llegar a la salida mientras entre risas ella le gritaba:
-¡Corre! ¡Corre, Forrest, corre!
Quince minutos después entre vítores, Roberta desaparecía del escenario. Se duchó y se puso nuevamente su uniforme de guardia de seguridad. Volvía a ser Roberto García.
Salió por la puerta de atrás. Se topó con varias personas que habían estado en el espectáculo y ninguna lo reconoció.
Tampoco lo reconocieron los compañeros del chiquillo del beso que esperaban a Roberta armados con palos. El rubiales no estaba con ellos y en cierto modo eso le alivió. No quería pensar que había besado a un homofóbico.
Cuando llegó a la fábrica de conservas que cuidaba en el turno de las tres de la madrugada, le presentaron a su nuevo compañero. Era el chico rubio.
Carlos, que era como se llamaba aquel chico, tampoco reconoció a Roberta Glamour en su colega.
Tras las presentaciones salieron a hacer la ronda. No habían caminado mucho cuando una enorme mole cruzó la calle. Maricasauria, aún envuelta en plumas y lentejuelas, se dirigía a su piso.
Carlos agarró una lata y se la lanzó con rabia:
-¡Maricón!
Agatha no estaba acostumbrada a quedarse callada y le soltó:
-¡Tu madre! -Luego echó a correr tan rápido como le permitían sus tacones.
El joven sacó su porra y se lanzó en su persecución. Roberto, furioso, decidió que debía hacer algo y le gritó:
-¡Corre! ¡Corre, Forrest, corre!
Carlos se frenó en seco y guardó su porra. Sin decir una palabra volvió a su puesto procurando mantener cierta distancia de Roberto.
Al día siguiente no apareció por el trabajo.
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