¿Por qué sigues sacando trofeos?

Marcando las metas de cada uno

El pasado mes de marzo llegaba a un punto que se que más de uno de los que nos leéis ya habéis cruzado. La barrera de los 200 Platinos que, reconozco, preparé de forma intencional para que fuera NieR Automata, igual que reservé para el número 100 Drakengard 3. Como ya me sucedió con el NieR original, Automata me ha hecho replantearme el abandonar los trofeos. No he hecho uso de él, pero incluye un sistema que permite «comprar trofeos». Sin embargo, he seguido consiguiéndolos, porque ya es una parte intrínseca, pero no única, de mis partidas. Cuando llegas a una determinada cantidad de Platinos (suele pasar a partir de los tres dígitos), es inevitable plantearte el sentido de seguir consiguiéndolos. ¿Por qué seguimos sacando trofeos?

El camino hasta el número mágico

Si realmente te lo propones, llegar hasta ese punto de inflexión que suponen los 100, 200 o 300 Platinos no es tan largo (lo es, pero no tanto como parece). Aunque la realidad es que no es hasta que llevas una buena cantidad cuando te propones alcanzarlo. El camino se anda casi sin querer, al menos en los diez primeros. Simplemente «están ahí», «coincide que saltan la mayoría y ya voy a por el resto», «pensaba que me darían algo» y «de la noche a la mañana, tengo 40 Platinos». Después se convierte en una costumbre más, como es el comprobar cada rincón de un mapa o conseguir todas las armas de un personaje, algo que llevas en tu ADN de jugador desde hace mucho. A fin de cuentas, no es tan diferente de como jugabas hace años. Sólo que ahora, además, tienes un galardón virtual. Que no vale para nada, pero hace ruidito, te hace gracia y se queda ahí.

Xbox y Steam tienen los logros, pero Sony fue muy lista en este sentido. Creó el Platino, lo que la diferencia claramente de la competencia. Puede parecer una tontería, pero los trofeos son hoy día un factor que puede ayudar o entorpecer las ventas (¿No creeréis que la mayoría de DLCs llevan trofeos por casualidad, verdad?) y destacar en este aspecto sobre la competencia también es algo a tener en cuenta. El caso es que sigues avanzando y antes o después te encuentras con algún juego que te gusta y te animas a conseguir todos los trofeos. Tarde o temprano, además, te cruzas con un Platinillo.

Ojo porque esto se suele asociar con juegos malos. Que los trofeos o el juego sean sencillos (o que sean simplemente de dedicar tiempo pero fáciles) no implica que sean malos. Lo pasas bien y además tu lista de Platinos crece. No lo niegues: a partir de los 50, que además de divertirte puedas hacer subir el contador también te gusta. Es más, en alguna ocasión, has terminado un juego que psé, no estaba especialmente mal pero tampoco es que te volviera loco. Pero ya que estás, lo único que te falta para el Platino es un trofeillo por conseguir todas las armas. Como no te aburre tanto, pues bueno, ya puestos son sólo un par de horas más.

Y llega el momento. Ese doble dígito pasa a los 100 y simplemente te hacía ilusión pasar a los, cada vez que lo pienses «ciento y pico Platinos». Resulta inevitable pensar en una cosa. ¿Por qué sigo sacando trofeos? ¿Por qué seguir sacándolos?

Una nueva forma de jugar

En alguna ocasión ya he mencionado que veo los trofeos como una manera de evitar esas leyendas urbanas de hace unos años. Resucitar a tal o cuál personaje, encontrar esa arma, dar con una invocación especial y supersecreta. Salvo excepciones como Rodin en Bayonetta, si no figura entre los trofeos o es requisito para conseguirlos, por lo general es porque no existe. Es una forma de saber que le has sacado partido a la gran mayoría de lo que es el juego en sí mismo. Pero, personalmente, he llegado a otro punto. A uno en el que los trofeos juegan un papel en la memoria. Esto requiere una explicación.

Pertenezco a la generación del 89. Como tal, la época de PlayStation me cogió bastante pequeño, lo que unido a una familia como la de seguramente muchos de vosotros, implicaba que juegos propios, pocos. Alquileres de fin de semana. Esto hace que mi colección fuera muy pequeña y a día de hoy sólo conserve unos pocos títulos, en algunos casos conseguidos después. FFVII, VIII y IX, Ehrgeiz y Resident Evil 2. La época dorada de la segunda mano, que se corresponde con PS2 y PS3, permitió que hiciera galima de juegos en formato físico, aunque todos los títulos de PS2 los regalé a una coleccionista. Ya me he olvidado de muchos de ellos, algo que no me pasa con los juegos de PS3 y PS4 gracias a los trofeos.

Igual que cuando miras una foto es más fácil recordar una fiesta, una tarde memorable o un acontecimiento importante, echar un vistazo a tu lista de trofeos te permite recordar momentos especiales entre tus horas de jugador. Por ejemplo, miras el Platino de Shadow of the Colossus HD y es imposible no recordar cómo lo hiciste para acabar con Argus, Praesidium Vigilo. Con Titanfall 2 no puedo evitar pensar en las dos horas que estuve repitiendo aquel maldito circuito de pruebas. Y con Godzilla me acuerdo de lo terriblemente cutre que era todo y sin embargo, lo divertido que era. Como una película de kaijus de las de toda la vida, vamos…

Hace poco que pasaba la barrera de los 200 Platinos. Ya hacía tiempo de esto, pero ahora más que nunca, sacar un trofeo supone construir un recuerdo de los videojuegos. Hacer crecer el contador no tiene relevancia, a título personal, llegado a este punto. Parte de mi día a día, parte de mi trabajo, gira en torno precisamente al «plin» que con tanta facilidad permite echar la vista atrás.

Puede que sea un motivo un poco raro, lo se. Como el de cualquier otro para conseguirlos. O para empeñarse en ignorarlos, que todas las formas de afrontar las opciones que un juego te da son igual de respetables. Así que yo, desde el lugar que me toca, tengo que echar la vista arriba y preguntar a esos que tenéis 300, 400 o 500 Platinos, como cierto habitual de nuestras guías. ¿Por qué seguís vosotros sacando Platinos? ¿Autosuperación como jugador? ¿O, simplemente, escalar por los rankings? Yo, como siempre y al margen de que os gusten o no los trofeos, os recuerdo que lo primero es divertirse. Y lo que venga de la mano. Pero lo primero es lo primero.