Análisis The Last Guardian

90
Fumito Ueda te propone un viaje que nunca podrás olvidar
Por Manuel Gimeno 5 diciembre, 2016

Han pasado ya unas cuantas horas desde que apagara la consola tembloroso, con el vello erizado y el alma encogida por lo que había terminado de ver. Me hubiera sido imposible empezar entonces este texto, la crítica a un videojuego que no es uno más en mi lista, que no ha sido una obra más que trabajar dentro de todo lo que comprende mi profesión. Cuando lo sostuve por primer vez en mis manos hace poco menos de una semana recordé cómo viví su anuncio en 2009 a través de la pantalla del ordenador, cómo durante años me uní a esa intranquilidad por la amenaza de cancelación que sobrevolaba el ambiente, y cómo en el año 2015 todo un estadio se ponía en pie a mi alrededor al ver, simplemente, una pluma caer. The Last Guardian, sin quererlo, llega ya convertido en leyenda antes de ser jugado; alimentada por los anhelos y temores de quienes no podían borrar de su mente la secuencia de un niño junto a su incalificable bestia alada, pero también por la huella que ICO y Shadow of the Colossus antes que él habían dejado en la memoria de más de uno.

Dentro de The Last Guardian vive algo de esos dos títulos. En parte lo visual, que se hace evidente por su bella sencillez y simpleza; pero también lo sentimental, que traspasa la pantalla para acariciarte suavemente las mejillas o golpearte en el estómago sin piedad, según se tercie. Jugarlo requiere, como en esas dos aventuras, de paciencia, calma y serenidad; cualidades las exigidas que lo alejan de ser la “comida rápida” que gobierna las listas de ventas desde siempre. Y es que las sesiones cortas de juego le sientan mal, y solo se logra llegar a cada clímax de empatía en la carrera de fondo, en esas tardes triviales sin distracción alguna.

Trico lo necesita para que lo puedas entender. El mitológico animal, mitad ave mitad felino, es el catalizador de las intenciones de Fumito Ueda de hacer sentir al jugador curiosidad, miedo, preocupación, amor y sufrimiento. De provocar en la persona que tenga el mando en la mano muecas que sean el reflejo de todos esos sentimientos. Cada salto de regocijo te hará sonreír, como si fueras tú el beneficiario de ese estado; cada aterrizaje en el que el suelo se desmorone te hará empujar con todas tus fuerzas hacia adelante, como si fueras tú el que lucha por no caer al vacío; cada lanza clavada en su lomo te dolerá, como si fueras tú el perforado por ese arma. Este ser ha debido suponer el mayor reto profesional al que se ha enfrentado el creativo japonés en toda su vida, y ahora se justifican los problemas en la concepción y todo lo que derivó después, como su abandono del estudio para trabajar en condición de independiente. Nunca antes he visto que una inteligencia artificial rozara la perfección como lo hace la de Trico y que me hiciera mirar la pantalla como si lo que hay tras ella pudiera, de alguna manera, reaccionar a lo que yo siento.

The Last Guardian plantea de forma magnífica puzles de plataformas cuya respuesta no es en absoluto evidente. Ueda reniega del videojuego moderno en su vertiente más comercial, de los brillitos en salientes y colores en alto contraste que suelen indicar el camino correcto. Le pide al usuario que se estruje el cerebro para averiguar hacia dónde y cómo hay que dar el siguiente paso.

Todo mientras se cuenta la historia de un viaje por escapar y sobrevivir de un lugar en el que absolutamente todo es desconocido, donde se guardan muchos secretos. Hasta el compañero de viaje, esa bestia imponente y terrorífica a la que debes conocer y ganarte su confianza para salir adelante. El niño que despierta aturdido y tatuado de arriba a abajo en el inicio acaba siendo la extensión de uno mismo, por mucho que su papel sea relevante a nivel argumental. Ueda consigue con éxito que las herramientas interactivas depositadas en el joven sean la representación de esos sentimientos hacia Trico, y para ello ofrece acciones como las caricias y las órdenes: unas para estrechar esa relación de amistad y otras para profundizar en una simbiosis que lo supone todo para llegar al final. Porque habrá momentos en los que querrás escalar entre sus plumas para alcanzar a tocar su cabeza y escuchar su ronroneo, tal vez por el sentimiento de culpa que te invade al verlo herido. Y otros en los que le pedirás que haga algo determinado para poder avanzar, y eso si no es él por sí mismo el que te desvela qué camino seguir.

Por delante, un inmenso laberinto de construcciones solemnes que se mantienen impertérritas al paso del tiempo. Sigue ahí el misterio y el asalto de preguntas en cada nuevo emplazamiento o artilugio misterioso. ¿Dónde estoy? ¿Hacia dónde voy? ¿Cómo puedo salir de aquí? Serán preguntas constantes cada poco, y no solo en el plano más trascendental, sino en todo lo que tiene que ver con el “aquí y ahora”. The Last Guardian plantea de forma magnífica puzles de plataformas constantemente, y cuya respuesta no es en absoluto evidente. Ueda reniega del videojuego moderno en su vertiente más comercial, de los brillitos en salientes y colores con alto contraste que suelen indicar el camino correcto. Le pide al usuario que se estruje el cerebro para averiguar hacia dónde y cómo hay que dar el siguiente paso. Una tarea ardua y frustrante en ocasiones, pero satisfactoria al máximo cuando se da con la respuesta adecuada.

Con esto de base, me he encontrado con uno de los mejores diseños de niveles que he visto en años. Tal vez From Software y sus Souls copan los puestos de excelencia en estas vicisitudes, pero The Last Guardian hace un trabajo soberbio para poder alimentarse de los escenarios y generar así todas las situaciones descritas anteriormente. En cualquier momento puedes echar la vista hacia abajo y ver justo el lugar por el que pasaste hace pocas horas, teniendo también control visual absoluto de cuál será el próximo sitio en el que Trico y tú vayáis a aterrizar. La sensación de soledad y desamparo en un espacio inmenso es tremenda, y justo ahí se incrementa la necesidad de no separarte de tu amigo emplumado, de no querer perderlo de vista en ningún momento. La banda sonora de Takeshi Furukawa ayuda a enfatizar también todo este cúmulo de sensaciones, siendo también uno de los puntos fuertes del juego.

En cambio, The Last Guardian es tosco en su control y pertenece a otra época. Durante meses he criticado que Team ICO y Ueda ignoraran la evolución de las plataformas en tres dimensiones para acabar de cerrar su proyecto, pero mi visión ha cambiado algo durante las quincehoras aproximadas que he tardado en terminarlo. El juego necesita del salto libre e impreciso y no del automatizado para que entiendas que solo Trico te va a poder ayudar, él y nadie más. El resto depende de tu habilidad e ingenio, de saber si la ruta escogida es la correcta y no otra. Por contra, donde el juego falla estrepitosamente es en la cámara. Muchos dirán que su terrible funcionamiento se debe a querer escenificar que semejante animal apenas puede deambular por los recovecos del lugar, pero no es así. La imposibilidad de ver lo que ocurre en ocasiones, de no poder girar el plano hacia donde uno quiere o los constantes reinicios de posición ante situaciones imposibles frustran y rompen toda la magia que tiene que ofrecer el binomio formado por el chico y el ser alado.

El jugador, ante este problema, se verá obligado a concentrarse al máximo en todo ese torbellino de sentimientos que provoca Trico para evitar que un fallo de estas características arruine su experiencia. Aquí también necesitará echar mano de la paciencia y la serenidad, pero por motivos muy distintos a los relatados antes. Ni tan siquiera la tasa de imágenes por segundo, que desciende cuando los hierbajos y las plumas se agitan con el viento, llega a ser un impedimento en comparación con esto. Tal vez aquí sale a la luz ese accidentado desarrollo de diez años, esos rumores de cancelación, lo complicado que era programar en PlayStation 3 y el traslado de parte del trabajo a PlayStation 4 para su salida definitiva.

[RELACIONADO=10 años de The Last Guardian]Para Fumito Ueda, Team ICO y PlayStation en general, termina una larga travesía llena de dificultades. Después de diez años de desarrollo, con montones de problemas con la inteligencia artificial, los rumores de cancelación del proyecto, la salida de Ueda del equipo para trabajar en el juego como independiente y el cambio final de plataforma a PS4 es casi un milagro que The Las Guardian se vaya a convertir desde ya en uno de los mejores exclusivos de la compañía en esta generación de consolas.[/RELACIONADO]

Pero quiero quedarme con lo bueno, con todo aquello que hace que este título no vaya a desaparecer de mi mente nunca. Vuelvo al principio del texto ahora, a esa explosión de emociones al final del viaje, a la sensación de que el tiempo gastado me ha permitido vivir una historia que de ninguna de las maneras debía haberme perdido. Me alegro de haber conocido a Trico, de haber compartido el aprendizaje mutuo, de haber visto en él acciones y movimientos que cualquier gato podría hacer. Quiero más juegos como éste, que emocionalmente me recompensen y me arañen sin distinción, que me engañen y casi me hagan creer que lo que tengo frente a mí existe. Quiero dar rienda suelta a mi empatía y que me den motivos para no olvidar el juego que sale de mi consola. Quiero, definitivamente, más juegos como The Last Guardian.

90
Jugabilidad: 9
Gráficos: 9
Sonido: 9
Satisfacción: 9

Análisis

The Last Guardian aterriza por fin y justifica los largos años que ha durado su viaje. Fumito Ueda vuelve a demostrar que los videojuegos tienen la capacidad de transmitir mucho más, y que estamos tal vez demasiado acostumbrados a experiencias más banales, a no exigirle demasiado a los juegos; incluso aunque puedan llegar a tener un propósito similar al que infunde Team ICO. Lo mal que se maneja la cámara supone el mayor enemigo de esta experiencia que tiene a Trico como principal conductor de emociones. Un animal al que querrás desde el primer momento, que odiarás separarte de él y que traspasará en ocasiones la pantalla para reconfortarte o machacarte emocionalmente sin piedad.