Análisis Bloodbath

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Esperemos que todos los juegos españoles no sean así...
Por David Soriano 23 julio, 2014

Durante el tiempo que llevo dedicándome a esto del periodismo de videojuegos han pasado por mis manos una cantidad de títulos que me sería casi imposible cuantificar. He visto de todo: juegos con un gran presupuesto que quedaban muy por debajo de sus posibilidades, juegos con menos presupuesto que resultaban ser una agradable sorpresa precisamente porque no se esperaba nada de ellos, creaciones independientes que resultaron ser auténticas maravillas… y Bloodbath. Es complicado incluir en alguna categoría la última creación del estudio español Freedom Factory.

Me alegra enormemente éxitos de estudios de este país como Novarama y la expansión de la marca Invizimals o que Mercury Steam se hiciese cargo de una franquicia de gran renombre como lo es Castlevania -a pesar de su mediocre segunda entrega-. Sin embargo, si se opta por coger a Bloodbath como representante de la categoría patria, daríamos muy mala imagen al resto de desarrolladores. Este producto no está a la altura de los grandes proyectos que sí se están desarrollando con mayor o menor dinero y por eso tras haber jugado al juego que protagoniza estas líneas siento el doble de pena.

Pasemos pues a desgranar qué ofrece Bloodbath, por si aún tenéis curiosidad. Se trata de un intento de imitar el género del beat’em’up destinado a su vertiente multijugador. Hemos disfrutado en mayor o menor medida con algunos exponentes de este subgénero como por ejemplo Anarchy Reigns, de Platinum Games. Bloodbath nos presenta una serie de arenas en las que se libran combates. Los contrincantes, conocidos como Pit Dogs se enfrentan tal y como lo hacían en la Antigua Roma.

A través de 4 modalidades puramente online comprobaremos como se puede simplificar al máximo un juego de pelea. Cada Pit Dog tiene un ataque normal al que se accede pulsando cuadrado y un ataque fuerte con triángulo. Con esta gran variedad de opciones de ataque cada uno de los Pit Dog tendrá la escalofriante cifra de -atención, redoble de tambor- tres combos distintos para usar frente a los enemigos. El resto de opciones del esquema de control tampoco es para tirar cohetes: opción de fijar a un enemigo como blanco de nuestros ataques -que falla tanto que parece que apunta el Dioni-, la clásica de cubrirnos y la también clásica de esquivar. En medio de partida podremos desbloquear con la cruceta una serie de power-ups en directo. Eso no está mal del todo.

Entrando en describir los modos de juego, tenemos por un lado Bloodbath, el que da título al juego y que consiste básicamente en un todos contra todos para hasta 4 jugadores. Más usuarios pueden participar en el modo Judgement en el que se juega un 3×3 por equipos. Wagon consiste en empujar una carretilla y que esta permanezca más tiempo en la base enemiga que en la nuestra para conseguir un mayor número de puntos y por último Domination en el que dominar una serie de puntos de control repartidos por el escenario.

¿Dónde está el principal problema en un juego multijugador? En que no hay usuarios. Así de simple. El online de Bloodbath está más vacío que Madrid en verano. Para contrarrestar lo que sería haber pagado por algo injugable, se nos compensa con la inclusión de bots en nuestras partidas online. Como podréis intuir, la IA hace aguas por todas partes. Parece que solamente están programados para repartir leches, lo cual puede estar bien en modos de puro combate, pero falla en aquellos en los que hay que cumplir objetivos. Por ejemplo, nunca veremos que muevan la vagoneta en el modo Wagon, lo que hace que ganar sea tan fácil como mover la carretilla a la base contraria y esperar. Pudiendo dejar el DualShock 3 en el sofá mientras nos echamos una cabezada. Sí, por ridículo que suene ganaremos siempre.

Al ir ganando partidas o mediante las muertes y asistencias que consigamos iremos consiguiendo Blood Points -el nombre equivalente de los puntos de experiencia aquí- para ir subiendo de nivel. Al menos se incluye un sistema de progreso, no está mal… ¿no? Pues tampoco será un motivo que nos cree mejor sensación, puesto que para lo único que sirve es para desbloquear un personaje en el nivel 15, fin. Ni armas, ni ataques… nada. Haciendo que la motivación para seguir jugando y conseguir experiencia sea casi nula.

En cuanto a los personajes, serán un total de 6, de los que como hemos dicho, tendremos a cinco desde el inicio. En la pantalla de selección podemos ver sus atributos, pero una vez en la arena de combate observaremos como están totalmente descompensados. Cada combatiente tiene un par de ataques especiales. Uno de ellos se puede usar una vez que se llena su correspondiente barra cuando pasa el tiempo indicado. Este ataque difiere de una manera brutal entre unos personajes en los que conseguirán bajas casi instantáneas y otros en los que simplemente este ataque se vuelve un plus defensivo. Rápidamente descartaremos a algunos personajes por su debilidad. El otro ataque se desbloquea a medida que acumulamos bajas y mata de un golpe, sea cual sea la barra de vida que quedase, ahí sí que todos son iguales.

Si como vemos la jugabilidad hace aguas… pasemos ahora al apartado técnico para que el baño de sangre sea el que salga por nuestros ojos. Bloodbath es un despropósito en todos sus aspectos: personajes poco detallados en su modelado, texturas de la época de la primera PlayStation, animaciones robóticas, tirones, desconexiones -sí, jugamos solos pero se desconecta…-, clipping, fallos en la detección de impactos… un desastre total. ¿Al menos mejora en la parte sonora? No, tampoco. La única línea de diálogo es una bienvenida y despedida que hace el speaker en cada combate y encima está en inglés. Entendemos que en otros juegos el doblaje puede que no compense la inversión por la cantidad de líneas de diálogo, pero en Bloodbath cualquier miembro del equipo de desarrollo podía haber cogido el micro de su Singstar y grabar el dichoso par de frases. Por camuflar la desidia… más que nada.

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Jugabilidad: 1.5
Gráficos: 2
Sonido: 1
Satisfacción: 1

Análisis

El peor juego que ha pasado por nuestras manos. Punto.